La Voz de Galicia
Miguel Anxo Fernández
Sublime, de excelso, de eminente. Pero antes de intentar contagiarles en unas líneas, el entusiasmo por esta cumbre del cine español de los últimos años y sin duda la mejor de Amenábar (Los otros sólo era un brillante y muy inteligente ejercicio de género), hagamos referencia a un trabajo sobresaliente en el asombroso reparto: la actriz gallega Mabel Rivera, que en su primer protagonismo para el cine clama a gritos un lugar entre los grandes con su papel de Manuela. Se sale y traslada a la prehistoria a su Balbina del serial Pratos combinados. Como Bugallo, que lo borda. Y naturalmente, Bardem, un genio de la escena.
Estamos ante un melodrama tratado con tal precisión que todas las piezas encajan en su objetivo de trasladar emociones al espectador y al mismo tiempo obligarlo a la reflexión. La muerte está presente en Mar adentro porque era una obsesón ( y la única alternativa hacia la dignidad) para el tetrapléjico Ramón Sampedro cuando en enero de 1998 logró al fin su sueño de morirse. Al margen de lo ya conocido sobre el caso y el personaje, que Amenábar y su coguionista Mateo Gil no pueden obviar pero que manejan con inteligencia, la principal virtud del filme está en que aún recreando hechos conocidos, logra desarrollar un abanico de personajes y transmitir emociones tan a flor de piel, que llegan "muy adentro", como dice el propio Sampedro, "hasta los huesos".
Es tal la vitalidad que transpiran los planos, las escenas, las secuencias, tal el ensamblaje y la atmósfera del conjunto que cuando asoman los títulos de crédito permaneces clavado en la butaca esperando más. Una última nota: la obsesión documental, sutil, ejemplar, de Amenábar por reflejar los ambientes, la lengua gallega y el acento de Bardem, nunca cantarín ni grotesco. Pero sobre todo Mar adentro confirma a un cineasta genial. Una última nota: eso de que el cine está en crisis es un cuento chino. Cuando hay talento hay gloria.
Estamos ante un melodrama tratado con tal precisión que todas las piezas encajan en su objetivo de trasladar emociones al espectador y al mismo tiempo obligarlo a la reflexión. La muerte está presente en Mar adentro porque era una obsesón ( y la única alternativa hacia la dignidad) para el tetrapléjico Ramón Sampedro cuando en enero de 1998 logró al fin su sueño de morirse. Al margen de lo ya conocido sobre el caso y el personaje, que Amenábar y su coguionista Mateo Gil no pueden obviar pero que manejan con inteligencia, la principal virtud del filme está en que aún recreando hechos conocidos, logra desarrollar un abanico de personajes y transmitir emociones tan a flor de piel, que llegan "muy adentro", como dice el propio Sampedro, "hasta los huesos".
Es tal la vitalidad que transpiran los planos, las escenas, las secuencias, tal el ensamblaje y la atmósfera del conjunto que cuando asoman los títulos de crédito permaneces clavado en la butaca esperando más. Una última nota: la obsesión documental, sutil, ejemplar, de Amenábar por reflejar los ambientes, la lengua gallega y el acento de Bardem, nunca cantarín ni grotesco. Pero sobre todo Mar adentro confirma a un cineasta genial. Una última nota: eso de que el cine está en crisis es un cuento chino. Cuando hay talento hay gloria.